

Lo romántico y tópico sería decir que las calles de estas maravillosas ciudades de Italia huelen a café recién hecho, a pomodoro y a carbonara, y a crujientes panes recién horneados. Aunque nada de lo anterior es mentira, el haber paseado mi nariz por allí me autoriza a decir que no hay que obviar el olor más intenso que recorre el centro de Florencia, y es ni mas ni menos que el aroma a polución escupido en forma de gases tóxicos por los caños de escape de todo vehículo motorizado y que queda impregnado en las fachadas de edificios y monumentos ennegrecidos y encerrados en los pulmones de los transeúntes.
La Torre comenzó a construirse en 1173 como una torre de ocho pisos. Que quede claro que la inclinación no estaba en los planes ni en los planos ni en la mente poco agraciada del ministro de Turismo de la época. Cuando iban construidos 3 de los 8 pisos, un movimiento del terreno desplazó los cimientos de la torre provocando su inclinación. De esta forma se sepultaron las ganas de continuar con el proyecto del desgraciado arquitecto, quien se dedicó posteriormente a la venta de su propio cuerpo en las mugrientas calles Roma. Tuvieron que pasar 180 años para que un valiente retomara el desafío, sabiendo desde el principio que lo que comienza torcido o mal, puede terminar también torcido o peor.
Ocho siglos después, el Campanile sigue mirando de reojo a los visitantes que por ahora pueden seguir fotografiando y haciendo colas importantes para subir a su cúspide, confiando en que los andamios que lo sostienen como una especie de muleta o bastón aguanten ocho siglos más.
El hermoso verde del césped del Campo de los Milagros, no luciría tan espléndido si a los guardias que lo cuidan a cara de perro, no les temblara el pulso a la hora de usar unos potentes silbatos para amedrentar a los paseantes que se atreven a pisotearlo descaradamente. La espectacular alfombra natural sirve para realzar la elegancia de los 3 edificios más elegantes de Pisa.
La imponente Catedral con la fachada principal hecha con combinaciones de mármol blanco y negro dicen que sirvió a Galileo, un asiduo de las misas de los domingos, para elaborar la teoría del movimiento del péndulo, gracias a que sentía más interés por la inmensa lámpara de bronce que se balanceaba para fumigar en la nave central que por lo que decía en latín el serio sacerdote. Completa la majestuosidad de las construcciones, el Baptisterio, un enorme edificio circular, infaltable allí donde haya una Catedral.
Dice también la leyenda, esa señora que nunca se sabe si dice la verdad, que nuevamente Galileo, ciudadano ilustre de Pisa, subió a la cima del Campanile, cuando ninguno de los dos era famoso, para lanzar unas bolas de metal de masas diferentes y demostrar de esta manera su teoría de la constancia gravitacional de la Tierra. Pero más allá de leyendas, lo que cuesta creer no es que Galileo tuviera bolas de metal, ni que fueran de masas diferentes, ni que tuviera la audacia y el valor de lanzarlas al vacío como quien lanza una pelota de ping pong, nada de eso, mis dudas se fundamentan en la sospecha de que este hijo de Pisa hiciera semejante cola rodeado de japoneses después de pagar los exorbitados 15 Euros que cuesta la entrada, con lo tacaño que dicen que era.
Dejando atrás a los turistas empecinados en fotografiarse con poses típicas de sostener o de intentar enderezar con sus propias manos una torre que solo se enderezará el día que desgraciadamente esté horizontal, en definitiva, saliendo del polo de atracción turístico, Pisa se vuelve más tranquila, con recovecos románticos, callejones estrechos y unas vistas muy coloridas y apacibles a la orilla del río Arno.
Aviones estadounidenses a punto de atacar San Francisco.
“El fin del mundo”, pensé en español. “Shit”, dije en inglés británico. “¡El testamento!… ¡the testament, of course!”, fue el grito bilingüe que me desveló por completo, si ya no lo estaba. Eso era lo primero que tengo que hacer, el testamento. Encendí o prendí la computadora u ordenador y empecé a escribir rápidamente, tanto que mis dedos no se veían de lo vertiginoso que se movían. Mientras escribía sin perder de vista del teclado (todavía no puedo escribir sin mirarlo, ¿y qué?) los aviones que sobrevolaban San Francisco todavía no arrojaban bombas. Supuse que estarían buscando e identificando los objetivos. Me acordé del restaurante regentado por iraníes que está pegado a esta pensión de mala muerte. Sólo espero que estos, además de tener unos buenos precios y una comida excelente, no tengan armas nucleares en el sótano, de lo contrario serían un objetivo a destruir y nosotros volaríamos en mil pedazos por todo eso de la onda expansiva que llegaría hasta la tienda del chino de la otra cuadra. No hacñia falta ser Nostradamus ni la vidente Maruja para saber que el infierno ardería en breve y la maravillosa ciudad de San Francisco sería nuevamente escombros como sucedió en 1906 cuando un terremoto la tiró abajo y la vidente Maruja aún no había nacido.
Un video imperdible