domingo, 7 de diciembre de 2008

ITALIA 1ª Parte // Pisa

Cuando se llega a Pisa, la inercia y el poder magnético que ejerce el Campo dei Miracoli (El Campo de los Milagros) es asombrosa. Todos tenemos en la mente la famosa torre inclinada. Basta con escuchar Pisa, para que en nuestra mente viajera aparezca inmediatamente la torre más famosa del mundo, por su temeraria inclinación. Todos los esfuerzos puestos en que la gravedad de la Tierra no atraiga la hermosa torre inclinada son pocos e insuficientes, ya que si esta cae, Berlusconi no lo permita, perdería todo el encanto. Me pregunto si esta torre fuera derecha como debe ser toda torre que se precie de tal, sería tan vendida como imagen turística de la ciudad y de toda Italia. La inclinación, no cabe dudas que vende, y más vende esa incertidumbre del “quemecaigoquenomecaigo”. Lo cierto es que una torre caída perdería todo el glamour, y en Italia, donde hay mucho, sería imperdonable.

El Campo dei Miracoli se transforma entonces en una especie de embudo por el que irremediablemente pasan todos los turistas y curiosos que llegan por tierra, aire o mar a la piccola y encantadora ciudad de Pisa. En este lugar están concentrados, además de los vendedores ambulantes de souvenir con sus fálicas e inclinadas réplicas de la torre, los edificios más importantes de la ciudad: La Catedral, el Baptisterio y el Campanario, Campanile o para nosotros, la Torre Inclinada.

La Torre comenzó a construirse en 1173 como una torre de ocho pisos. Que quede claro que la inclinación no estaba en los planes ni en los planos ni en la mente poco agraciada del ministro de Turismo de la época. Cuando iban construidos 3 de los 8 pisos, un movimiento del terreno desplazó los cimientos de la torre provocando su inclinación. De esta forma se sepultaron las ganas de continuar con el proyecto del desgraciado arquitecto, quien se dedicó posteriormente a la venta de su propio cuerpo en las mugrientas calles Roma. Tuvieron que pasar 180 años para que un valiente retomara el desafío, sabiendo desde el principio que lo que comienza torcido o mal, puede terminar también torcido o peor.


Ocho siglos después, el Campanile sigue mirando de reojo a los visitantes que por ahora pueden seguir fotografiando y haciendo colas importantes para subir a su cúspide, confiando en que los andamios que lo sostienen como una especie de muleta o bastón aguanten ocho siglos más.
El hermoso verde del césped del Campo de los Milagros, no luciría tan espléndido si a los guardias que lo cuidan a cara de perro, no les temblara el pulso a la hora de usar unos potentes silbatos para amedrentar a los paseantes que se atreven a pisotearlo descaradamente. La espectacular alfombra natural sirve para realzar la elegancia de los 3 edificios más elegantes de Pisa.


La imponente Catedral con la fachada principal hecha con combinaciones de mármol blanco y negro dicen que sirvió a Galileo, un asiduo de las misas de los domingos, para elaborar la teoría del movimiento del péndulo, gracias a que sentía más interés por la inmensa lámpara de bronce que se balanceaba para fumigar en la nave central que por lo que decía en latín el serio sacerdote. Completa la majestuosidad de las construcciones, el Baptisterio, un enorme edificio circular, infaltable allí donde haya una Catedral.

Dice también la leyenda, esa señora que nunca se sabe si dice la verdad, que nuevamente Galileo, ciudadano ilustre de Pisa, subió a la cima del Campanile, cuando ninguno de los dos era famoso, para lanzar unas bolas de metal de masas diferentes y demostrar de esta manera su teoría de la constancia gravitacional de la Tierra. Pero más allá de leyendas, lo que cuesta creer no es que Galileo tuviera bolas de metal, ni que fueran de masas diferentes, ni que tuviera la audacia y el valor de lanzarlas al vacío como quien lanza una pelota de ping pong, nada de eso, mis dudas se fundamentan en la sospecha de que este hijo de Pisa hiciera semejante cola rodeado de japoneses después de pagar los exorbitados 15 Euros que cuesta la entrada, con lo tacaño que dicen que era.


Dejando atrás a los turistas empecinados en fotografiarse con poses típicas de sostener o de intentar enderezar con sus propias manos una torre que solo se enderezará el día que desgraciadamente esté horizontal, en definitiva, saliendo del polo de atracción turístico, Pisa se vuelve más tranquila, con recovecos románticos, callejones estrechos y unas vistas muy coloridas y apacibles a la orilla del río Arno.

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