Con un examen aprobado, otro terminado hace escasos momentos y como 6 más que esperan en estas semanas, me dispongo a ponerme las pilas con este blog dejado a un lado hace exactamente 20 días. Primera entrada del recién nacido 2008. Ajetreado por cierto. Como se cansarán de ver a continuación he incluido fotos de este año. Son en Gotemburgo, que nos regaló como regalo de Reyes una bonita y refrescante nevada que duró casi nada, por no decir una mierda. Pero que bien que vino. La esperábamos desde que llegamos a Suecia a pasar la navidad. Estaba frío pero el agua congelada en forma de livianos copos blancos no bajaba del cielo. Solo caía el agua bien líquida en forma de gotas y gotones bien mojados.
El 5 de enero por la tarde, empezamos a ver una especie de pelusilla bajando del piso de arriba. Muchas veces nos habíamos confundido con la pelusa que desprende una apolillada alfombra persa cuando su dueño, el sucio e indecente vecino de arriba, le da unos cuantos golpecitos en la espalda. Gracias al cielo, esta vez, no era el vecino joputa del quinto. Era nieve. Y se quedaba en el suelo, porque la temperatura rondaba el cero. Y se acumulaba, porque 1 mas 1 son dos mas otro tres... Y se hizo de noche, porque la vida es así.
La nieve seguía acumulándose para beneplácito de nosotros, unos niños con chiches nuevos, y eso que los Reyes venían de madrugada. El juego se transformó en una batalla campal de bolas de nieve (¿Quién fue el desalmado que metió una piedra adentro de la bola que me hundió omóplato superior derecho? ¿Quién, che?)
Al otro día seguía todo blanco pero una fina lluvia hacía presagiar lo peor: la vuelta del agua congelada a su estado natural. Entonces salimos raudos, a contrarreloj del deshielo. Nos dimos una paliza de juegos invernales que quedamos de cama. Nos lanzamos en los trineos de plástico, deslizándonos arriesgadamente por las laderas de las montañas más altas del barrio. Entramos en el Guinnes de los record por la confección y/o elaboración del muñeco de nieve más colosal y perfecto del mundo.
Cuando todo aquello no era más que un chiquero acuoso y blanduzco en donde era ya imposible mantener la verticalidad, volvimos a la casa para preparar las valijas porque nos íbamos al día siguiente a nuestra otra casa en Sevilla, desde donde establezco otra vez la comunicación.
Aunque no lo crean, créanlo, al llegar a la capital andaluza de los exámenes pendientes, pudimos ver más nieve, no tan fría como la sueca, pero sí más esponjosa y liviana, que estuvo amontonándose debajo de la cama, en la entrada, en el living y en todos los etcéteras que tengan rincones en los cuales no se les haya pasado una escoba durante un mes entero.
El 5 de enero por la tarde, empezamos a ver una especie de pelusilla bajando del piso de arriba. Muchas veces nos habíamos confundido con la pelusa que desprende una apolillada alfombra persa cuando su dueño, el sucio e indecente vecino de arriba, le da unos cuantos golpecitos en la espalda. Gracias al cielo, esta vez, no era el vecino joputa del quinto. Era nieve. Y se quedaba en el suelo, porque la temperatura rondaba el cero. Y se acumulaba, porque 1 mas 1 son dos mas otro tres... Y se hizo de noche, porque la vida es así.
La nieve seguía acumulándose para beneplácito de nosotros, unos niños con chiches nuevos, y eso que los Reyes venían de madrugada. El juego se transformó en una batalla campal de bolas de nieve (¿Quién fue el desalmado que metió una piedra adentro de la bola que me hundió omóplato superior derecho? ¿Quién, che?)
Al otro día seguía todo blanco pero una fina lluvia hacía presagiar lo peor: la vuelta del agua congelada a su estado natural. Entonces salimos raudos, a contrarreloj del deshielo. Nos dimos una paliza de juegos invernales que quedamos de cama. Nos lanzamos en los trineos de plástico, deslizándonos arriesgadamente por las laderas de las montañas más altas del barrio. Entramos en el Guinnes de los record por la confección y/o elaboración del muñeco de nieve más colosal y perfecto del mundo.
Cuando todo aquello no era más que un chiquero acuoso y blanduzco en donde era ya imposible mantener la verticalidad, volvimos a la casa para preparar las valijas porque nos íbamos al día siguiente a nuestra otra casa en Sevilla, desde donde establezco otra vez la comunicación.
Aunque no lo crean, créanlo, al llegar a la capital andaluza de los exámenes pendientes, pudimos ver más nieve, no tan fría como la sueca, pero sí más esponjosa y liviana, que estuvo amontonándose debajo de la cama, en la entrada, en el living y en todos los etcéteras que tengan rincones en los cuales no se les haya pasado una escoba durante un mes entero.
2 comentarios:
Que divina Valentina y que feliz que se la ve en todas las fotos.El babero de mati y santi ,ese de las ranitas se lo dejaron a los tios....Que lindo poder verlos de ves en cuando.Los quiere y extraña ,so.
Hola So, gracias por dejar el comentario. El babero de la rana no lo dejaron porque era muy chico para semejantes cuerpotes. Hemos inventado otro mecanismo "juntababas" que por ahora funciona bien (No te lo pienso contar porque puede resultar asqueroso). Aunque muchas veces nos vemos desbordados en el sentido más literal de la palabra. Besos para repartir entre los tuyos. Ale
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