Esta breve y tonta historia sucedió hace varios días mientras conversaba con un amigo, que llamaré ZZ, no sé en donde, tal vez en Suecia, tal vez en España, en el planeta Marte o en las profundidades de alguno de mis sueños. ZZ comenzó a contarme que a otro amigo en común, al que llamaremos XX, le había ocurrido algo muy curioso. A este amigo común, dijo mi otro amigo, también común, había vivido casi un año entero convencido de que cumplía una edad que no cumpliría. Juraba y perjuraba que en su próximo cumpleaños llegaría a la cantidad de veintinueve años, pero él en realidad según su carta astral, la buena memoria de sus padres y las matemáticas que casi nunca fallan, cumpliría la módica suma de veintiocho.
En algún momento de este último año, XX, perdió la cuenta. Parece tonto, no?, decía ZZ mirándome a la cara entre risitas bobas. Puede pasar, le respondí yo devolviéndole las risas. Según mi amigo, XX, tuvo un año muy difícil, bastante movido, de aquí para allá, y posiblemente en esos meneos y vaivenes del viaje de la vida se le cayó el almanaque mental y lo perdió vaya a saber donde.
Lo más grave fue la crisis, por error, que estuvo sufriendo todo ese tiempo mientras duró el cálculo fallido. No es lo mismo cumplir un año más que cumplir un año menos, ¡es el sueño de cualquiera!, gritó mi amigo ZZ y me hizo despertar del atolondramiento momentáneo en el que estaba, pensando en XX, en los conflictos psicológicos por los que tuvo que haber pasado, y sin querer. Pobre XX, yo en su lugar no sé que hubiera hecho, ya que también sufro con la acumulación de años, cada año que sube es una lagrima que cae. Pero pensé: los años no tiene porque ser los que nos marquen el escalón de la vida en el que estamos, somos más que una cifra, somos también momentos, instantes.
Y como si de una fiesta pasáramos a un velorio, mi amigo dijo, Yo sí voy a cumplir veintinueve. Su cara cambió, de la sobrada alegría del principio paso al abatimiento, a la derrota. Sacudió la cabeza y la fue bajando lentamente hasta que miró el suelo y se mordió el labio. Para qué, también para mí se terminó la fiesta y la alegría, miré el piso y le ayudé a buscar a mi amigo lo que se le había perdido. Pocas neuronas se necesitan para saber que lo que buscábamos era el tiempo, de los años 1 al 28, escurridos entre día y día mientras pensábamos y soñábamos en el 30 o en el 50. Decimos siempre que el pasado pisado, pero conscientemente pisoteamos también el ahora y terminamos dando manotazos de ahogados al después, que nunca deja de ser un espejismo en el desierto del destino. Pero lo hemos pisoteado y apisonado tanto que vaya a saber cuantos metros bajo tierra estarían esos cadáveres resecos de nuestros pasados sosos. Sin demasiada esperanza, seguimos cavando ese suelo polvoriento que teníamos bajo nuestros pies.
Pasó un triste y callado minuto hasta que le dije, casi en un susurro, que XX era afortunado por cumplir un año menos. Mi amigo, sin dejar de observar el piso, asintió con la cabeza dos veces y en un suspiro corto dejó escapar un Sí entrecortado. ¿Es el único de la generación que cumple uno menos que el resto?, pregunté, persistiendo con la búsqueda. Mmm, debe ser, dijo el otro. Pasaron otros segundos, en el que un montón de hechos pasados se desparramaron rápidamente por nuestras mentes, como si estuvieran conectadas a una misma máquina de pensar. Como cuando los piratas comienzan a perforar la isla en busca del tesoro y por fin, casi tocando el centro de la tierra y después de sudar más que suficiente, el sonido seco de la madera les advierte que han encontrado lo que quieren.
Sin piernas de palo ni parches en los ojos, levantamos las cabezas rápidamente, de forma sincronizada, nos miramos, como si estuviéramos frente a un espejo, sobre el posible tesoro. Teníamos la cara estirada y los ojos muy grandes. Los dos abrimos la boca a la misma vez y dijimos simultáneamente, reflejándonos el uno en el otro, ¿En qué año nació XX?, y respondimos, otra vez en duplicado, En el 78, y seguimos, ¿Y nosotros?, pregunté, En... también... en el 78, contestó ZZ con voz titubeante. Un escalofrío corrió por mi espalda hasta que se convirtió en un balde de agua helada que cayó en forma de diluvio universal sobre todo mi ser, lo mismo debió haber ocurrido a mis amigos, el del espejo y XX.
¡Acá está, capitán!, gritó el marinero desde el fondo del pozo. Somos ricos, ¡ábrelo rápido!, fue la respuesta de jefe de los piratas.
Contamos varias veces con los dedos y era cierto, también tenemos veintiocho. Mirando fijamente los ocho dedos erectos de mis manos dije, ¿Qué tonto? (en realidad dije otra palabra más ordinaria). Mi amigo ZZ no dijo nada porque seguía contando y repasando la cuenta. Ya con los dedos acalambrados, mi amigo y yo nos miramos y comenzamos a reírnos hasta mas no poder, hasta que el estomago dolió.
Somos ricos, repitió el capitán contemplando aquel enorme cofre lleno de oros y diamantes. Los piratas se abrazaron y gritaron de alegría. Nosotros también nos abrazamos y nos palmeamos las espaldas. Vos de octubre, le dije, ¡Y vos de agosto!, dijo a las risotadas y preguntó, ¿Qué día?, El 30, le dije sin dejar de reír y sosteniéndome el estomago con las manos, ¡Es la semana que viene!, dijo ZZ ya sin risas pero con lagrimas dulces en sus mejillas, me puso la mano en el hombro y continuó, ¡Nos vamos a festejar!, ¡Claro que sí!, le dije apretándolo con otro abrazo.
¿Qué hacemos con todo esto capitán?. Disfrutarlo al máximo, vino para todo el mundo!, gritó y todos repitieron la frase, algunos ya se lavaban las manos entre piedras preciosas y joyas, otros provocaban una lluvia dorada y espesa que caía del cielo y los empapaba.
Y en los bares terminamos, brindando muchas veces por XX, por las cosas que todavía faltan hacer en estos dos años con 28, porque desde ahora vendrá el después, por los que cumplimos y por los que no, y otros tantos brindis mas por todos los tontos que hemos creído y creemos ser mas viejos de lo que somos, y por los piratas, no nos olvidamos de ellos, que siguieron buscando tesoros, por el simple hecho de que era divertido, ya que el oro les sobraba.
AA.
En algún momento de este último año, XX, perdió la cuenta. Parece tonto, no?, decía ZZ mirándome a la cara entre risitas bobas. Puede pasar, le respondí yo devolviéndole las risas. Según mi amigo, XX, tuvo un año muy difícil, bastante movido, de aquí para allá, y posiblemente en esos meneos y vaivenes del viaje de la vida se le cayó el almanaque mental y lo perdió vaya a saber donde.
Lo más grave fue la crisis, por error, que estuvo sufriendo todo ese tiempo mientras duró el cálculo fallido. No es lo mismo cumplir un año más que cumplir un año menos, ¡es el sueño de cualquiera!, gritó mi amigo ZZ y me hizo despertar del atolondramiento momentáneo en el que estaba, pensando en XX, en los conflictos psicológicos por los que tuvo que haber pasado, y sin querer. Pobre XX, yo en su lugar no sé que hubiera hecho, ya que también sufro con la acumulación de años, cada año que sube es una lagrima que cae. Pero pensé: los años no tiene porque ser los que nos marquen el escalón de la vida en el que estamos, somos más que una cifra, somos también momentos, instantes.
Y como si de una fiesta pasáramos a un velorio, mi amigo dijo, Yo sí voy a cumplir veintinueve. Su cara cambió, de la sobrada alegría del principio paso al abatimiento, a la derrota. Sacudió la cabeza y la fue bajando lentamente hasta que miró el suelo y se mordió el labio. Para qué, también para mí se terminó la fiesta y la alegría, miré el piso y le ayudé a buscar a mi amigo lo que se le había perdido. Pocas neuronas se necesitan para saber que lo que buscábamos era el tiempo, de los años 1 al 28, escurridos entre día y día mientras pensábamos y soñábamos en el 30 o en el 50. Decimos siempre que el pasado pisado, pero conscientemente pisoteamos también el ahora y terminamos dando manotazos de ahogados al después, que nunca deja de ser un espejismo en el desierto del destino. Pero lo hemos pisoteado y apisonado tanto que vaya a saber cuantos metros bajo tierra estarían esos cadáveres resecos de nuestros pasados sosos. Sin demasiada esperanza, seguimos cavando ese suelo polvoriento que teníamos bajo nuestros pies.
Pasó un triste y callado minuto hasta que le dije, casi en un susurro, que XX era afortunado por cumplir un año menos. Mi amigo, sin dejar de observar el piso, asintió con la cabeza dos veces y en un suspiro corto dejó escapar un Sí entrecortado. ¿Es el único de la generación que cumple uno menos que el resto?, pregunté, persistiendo con la búsqueda. Mmm, debe ser, dijo el otro. Pasaron otros segundos, en el que un montón de hechos pasados se desparramaron rápidamente por nuestras mentes, como si estuvieran conectadas a una misma máquina de pensar. Como cuando los piratas comienzan a perforar la isla en busca del tesoro y por fin, casi tocando el centro de la tierra y después de sudar más que suficiente, el sonido seco de la madera les advierte que han encontrado lo que quieren.
Sin piernas de palo ni parches en los ojos, levantamos las cabezas rápidamente, de forma sincronizada, nos miramos, como si estuviéramos frente a un espejo, sobre el posible tesoro. Teníamos la cara estirada y los ojos muy grandes. Los dos abrimos la boca a la misma vez y dijimos simultáneamente, reflejándonos el uno en el otro, ¿En qué año nació XX?, y respondimos, otra vez en duplicado, En el 78, y seguimos, ¿Y nosotros?, pregunté, En... también... en el 78, contestó ZZ con voz titubeante. Un escalofrío corrió por mi espalda hasta que se convirtió en un balde de agua helada que cayó en forma de diluvio universal sobre todo mi ser, lo mismo debió haber ocurrido a mis amigos, el del espejo y XX.
¡Acá está, capitán!, gritó el marinero desde el fondo del pozo. Somos ricos, ¡ábrelo rápido!, fue la respuesta de jefe de los piratas.
Contamos varias veces con los dedos y era cierto, también tenemos veintiocho. Mirando fijamente los ocho dedos erectos de mis manos dije, ¿Qué tonto? (en realidad dije otra palabra más ordinaria). Mi amigo ZZ no dijo nada porque seguía contando y repasando la cuenta. Ya con los dedos acalambrados, mi amigo y yo nos miramos y comenzamos a reírnos hasta mas no poder, hasta que el estomago dolió.
Somos ricos, repitió el capitán contemplando aquel enorme cofre lleno de oros y diamantes. Los piratas se abrazaron y gritaron de alegría. Nosotros también nos abrazamos y nos palmeamos las espaldas. Vos de octubre, le dije, ¡Y vos de agosto!, dijo a las risotadas y preguntó, ¿Qué día?, El 30, le dije sin dejar de reír y sosteniéndome el estomago con las manos, ¡Es la semana que viene!, dijo ZZ ya sin risas pero con lagrimas dulces en sus mejillas, me puso la mano en el hombro y continuó, ¡Nos vamos a festejar!, ¡Claro que sí!, le dije apretándolo con otro abrazo.
¿Qué hacemos con todo esto capitán?. Disfrutarlo al máximo, vino para todo el mundo!, gritó y todos repitieron la frase, algunos ya se lavaban las manos entre piedras preciosas y joyas, otros provocaban una lluvia dorada y espesa que caía del cielo y los empapaba.
Y en los bares terminamos, brindando muchas veces por XX, por las cosas que todavía faltan hacer en estos dos años con 28, porque desde ahora vendrá el después, por los que cumplimos y por los que no, y otros tantos brindis mas por todos los tontos que hemos creído y creemos ser mas viejos de lo que somos, y por los piratas, no nos olvidamos de ellos, que siguieron buscando tesoros, por el simple hecho de que era divertido, ya que el oro les sobraba.
AA.
1 comentario:
Ay lindo, como me gusto ese dia que no me creías...y era verdad. Lo siento peroya pasó un año desde eso.. TQ
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