lunes, 22 de octubre de 2007

La Ruta Madre

Cuando la noche bajó el telón en el Gran Cañón, partimos, huyendo despavoridos de los hoteles caros, rumbo a un pueblo cercano llamado Williams, sobre la mítica Ruta 66, en busca de un típico motel de carretera.
Esta ruta tuvo el mérito de ser la primera que unió en los años 40 el este con el oeste de EEUU, desde Chicago a Los Ángeles. La ruta fue fundamental para el crecimiento económico de todo el país y salvó del aislamiento a las zonas más alejadas. El tránsito fluido de turistas y de camiones de un lado para el otro hizo necesario la creación de pueblos con los servicios básicos para abastecer a esos pobres que iban cruzando desiertos y zonas montañosas. Moteles, estaciones de servicio, restaurantes, bancos, oficinas de policía y de correo, tiendas de regalos, bares, museos, campamentos para motociclistas y todo lo que sirviera para entretener a los camioneros aburridos y turistas agotados, era con lo que contaban esos pueblos que se fueron fundando al costado de la ruta. La música, el cine y las series de televisión la hicieron un mito y las leyendas no dejaron de proliferar a lo largo de los más de 4000 kilómetros que tiene la ruta. La “ruta madre”, como fue apodada, es una parte muy importante de la cultura de los Estados Unidos, a pesar de que por los 80 fueron tantas las rutas que construyeron que la Ruta 66 fue quedando obsoleta y sólo se conservan pocos tramos aislados de la vieja madre de las rutas. Un trozo de la Histórica Ruta 66, como rezan los carteles de los pueblos que se rehúsan a perder ese toque mágico, sigue tal como estaba. Ese trayecto comienza precisamente en Williams y se separa de la autopista unos 70 kilómetros. Al entrar en ella todo se volvió más calmo y sereno, fue como entrar en otra dimensión donde el tiempo parece haber quedado rezagado. Es muy pintoresco ver a los grupos de moteros, por lo general mayores de 50 años, en sus Harley Davidson, que pasan levantando el polvo de los muchos pueblos fantasmas, muertos de sed y de angustia que yacen al costado de la ruta.

Williams


Hackberry

Como dije sólo nos separamos de la autopista unos 70 kilómetros, pero que se hicieron eternos porque era imposible no parar en los pueblos que siguen con vida. El primero fue Seligman, un pueblo que no tiene muchos habitantes, pero que se conserva tal cual. Los negocios, como la peluquería, los bares y los restaurantes ahora se dedican a vender souvenirs a los turistas que bajan corriendo de las excursiones y a los que se lo toman con más calma, como esas dos parejas de viejitos que andaban en sus impecables y relucientes Corvette de colección o los moteros sin casco ni protección de ningún tipo que solo quieren recibir el viento en la cara. Como yo, que en un par de ocasiones saqué la cabeza por la ventanilla y me tragué un par de moscas.

Kingman


Seligman


Más Seligman


Fue fantástico ver eso, la gente simpática y los lugares como ya lo dije, atrapados en el tiempo. Poraejemplo,ahabía un pueblo, Hackberry, que aparecía en el mapa y que solo era una ex estación de servicio convertida en un negocio de souvenir, pero que realmente parecía un museo.
No me acuerdo las horas que nos llevó transitar ese pequeño trozo de carretera pero en cada pueblo que se nos cruzaba por la Ruta 66, sentíamos la necesidad de parar y recorrerlo. Hasta que llegamos a la moderna autopista de doble carril y camiones corpulentos por doquier. En ese momento se nos cerró la puerta de la otra dimensión en la que lo pasamos realmente bien. Aunque parezca un poco loco y viendo los lugares en que hemos estado, este precisamente fue uno de los que más nos gustaron, será por ese saborcito fantasioso y bradburiano que nos dejó en la boca.

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