De Nueva York a Los Ángeles, de la ciudad más grande del este a la ciudad más grande del oeste y del estado de California, del Atlántico al Pacífico, de los rascacielos a las palmeras, de Wall Street al Paseo de la Fama, del Jazz a los Beach Boys, de los taxis amarillos a las tablas de surf, allá vamos nosotros.
Un montón de horas, casi 6 de vuelo, se necesitan para cruzar de una punta a la otra los Estados Unidos. L.A., que en su tiempo se llamó simplemente “El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles”, nos recibió con calor veraniego y un sol eufórico de final de temporada.
Un montón de horas, casi 6 de vuelo, se necesitan para cruzar de una punta a la otra los Estados Unidos. L.A., que en su tiempo se llamó simplemente “El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles”, nos recibió con calor veraniego y un sol eufórico de final de temporada.
El aeropuerto está en medio de la ciudad, por lo que la atravesamos casi rozando las palmeras. Es una ciudad que campa a sus anchas en la enorme llanura que existe entre el océano Pacífico y las montañas. Sólo se distinguen algunos rascacielos aislados, predominan las casas y edificios bajos de colores claros y las calles están decoradas con las famosas palmeras inmortales que parecen sostenerse de un hilo, fuerte como el acero.
A un paso de la estación de trenes está, desde mediados del siglo XVIII, El Pueblo, un lugar que mantiene el estilo de los primeros habitantes de lo que hoy conocemos como la mega metrópoli de L.A.. Los edificios, los comercios y la comida que se vende allí son típicamente mejicanos y se ha transformado en un lugar turístico por excelencia, donde se puede entrar a Méjico sin presentar pasaporte.
A un paso de la estación de trenes está, desde mediados del siglo XVIII, El Pueblo, un lugar que mantiene el estilo de los primeros habitantes de lo que hoy conocemos como la mega metrópoli de L.A.. Los edificios, los comercios y la comida que se vende allí son típicamente mejicanos y se ha transformado en un lugar turístico por excelencia, donde se puede entrar a Méjico sin presentar pasaporte.
El Pueblo
Centro financiero de L.A.
El nombre de las calles y de los barrios son generalmente nombres en español. Nuestro idioma es muy utilizado en L.A. debido al gran número de inmigrantes latinoamericanos, mejicanos en su mayoría, que viven y trabajan allí. Se dice que ya han superado en número a los estadounidenses. Yo le recomendaría a todo aquel que quiera practicar el inglés que no elija a L.A. como destino, porque el español, o mejor dicho el Spanglish, es la "lengua oficial".
Me resulta extraño hablar ahora de inmigrantes mejicanos, cuando antes, líneas más arriba, hablaba de que el primer pueblo del que nace L.A. es precisamente mejicano. A lo largo de la historia los papeles se han invertido, el territorio que ocupa el estado de California pertenecía antes a Méjico. Son las idas y venidas que tiene la historia.
Deberíamos hacerle un monumento a Jomi, una amiga uruguaya que nos dio asilo en su casa y nos introdujo en el turismo gastronómico, llevándonos a cenar a dos lugares totalmente diferentes en donde se puede comer los platos típicos de L.A., un restaurante mejicano y otro yanqui. En el primero, tacos y fajitas, en el segundo costillitas de cerdo y de vaca. Antes de entrar a ambos lugares, Jomi nos previno que las porciones eran grandes. Dicho y hecho, si serían grandes las porciones que dejé casi la mitad del plato, cosa extrañísima que nunca me había pasado. Pero en cualquiera de estos restaurantes son concientes de ello y tienen preparados recipientes térmicos para que te lleves el resto de la comida, que te los traen sin que se los pidas.
Cuando asomamos la cabeza por la boca del Metro de L.A., que hay que reconocer que es muy nuevo y moderno, en el mismísimo Hollywood Boulevard, las primeras y débiles gotas de lluvia nos dieron en toda la cara. Las primeras estrellas doradas del Paseo de la Fama, que es como también se le conoce a esta calle, estaban algo sucias, tapadas de hojas secas y en algunas ya empezaban a formarse charcos. Los comercios que no estaban clausurados, ofrecían 5 camisetas por 10 dólares, shows femeninos, ropa gótica, disfraces terrajas (o cutres), etc, todo muy lejos del glamour y lo fashion que se ve por la tele. Caminamos lentamente, pisoteando las estrellas estrelladas en el piso, que honran a los personajes destacados del cine, la televisión, la música y la radio, leyendo los nombres de cada una, hasta que nos aburrimos de conocer a nadie, salvo los Tom Cruise y los John Wayne que aparecían. Siguiendo las estrellas llegamos a la zona importante. En un par de cuadras se concentra el movimiento turístico y los lugares de interés. Lo más famoso de Hollywood es el patio del Chinese Theatre en el cual desde 1927 los famosos dejan sus manos y sus pies estampadas en el piso de cemento. Pegado al Teatro Chino, está el no menos famoso Kodak Theatre en donde se hacen las entregas de los Oscar de la Academia de Hollywood. En los alrededores, además de varios museos temáticos, sobre el cine y la televisión, hay señores que por 5 dólares venden mapas con los domicilios de los famosos, otros venden tours por Beverly Hills directamente a sus casas, que consisten en darte un paseo entre las mansiones y te dicen acá vive Spielberg, acá Susan Sarandon, allá Madonna y vos te vas muy contento a contarle a tus amigos. Otros se disfrazan de los personajes que aparecen en las estrellas para retratarse con los niños. Así se puede ver a un alicaído Homero Simpson, a Batman sin batipoderes y al Gordo y al Flaco en la etapa más mala de sus careras.
El paseo de la Fama
Una lluvia de película (miren a Batman sin batiparaguas)
El Kodak Theatre y el Chinese Theatre
Beverly Hills es otro mundo, una zona residencial con jardines perfectos, vehículos de lujo y en donde hasta las palmeras son elegantes y presumidas, no en vano, es uno de los barrios más caros del mundo y en el que viven varias estrellas de Hollywood.
Las playas de Los Ángeles, las que tuvimos el tiempo de ver, son muy bonitas y peculiares. Malibú, Santa Mónica y Venice Beach son las más famosas. Además de los Baywatch que hay a lo largo de la costa, lo que me llamó más la atención fue la rambla de Venice Beach. Esta playa es característica por las jovencitas patinando en biquinis, los hombres musculosos haciendo ejercicio en los gimnasios al aire libre y otros personajes raros. Cuando digo raros, son raros. Son varios kilómetros de calle peatonal en la que a un lado, de frente a la playa están los pequeños comercios de souvenir, comida rápida de dudosa procedencia, las tiendas de ropa, que tanto te ponen un piercing en el ombligo como te dibujan un tatuaje en una nalga, etc. Del otro lado de la calle, de espaldas al Pacífico, un sin fin de personajes, desde el pintor hippie con poco arte, el músico rastafari sin instrumento, el que echa las cartas sobre una mesa de cartón, el que canta canciones desafinadas a pedido del público, el que hace manualidades con lo que le pongan enfrente, el descarado que pide monedas para el porro y los que duermen en el césped, pasados de drogas. Esa es Venice Beach, algo más pintoresco, por no decir extravagante, no puede existir.
Beverly Hills. Las mejores mansiones están atrás de muros altísismos.
Comercios carísimos y exclusivos en Beverly Hills.
El Zoo de Venice Beach
Santa Mónica
El primer contacto con las autopistas nos provocó asombro y curiosidad porque nunca habíamos visto tantos carriles, hasta doce y catorce. El asombro duró poco, a los dos días estábamos metidos en nuestro minúsculo vehículo de alquiler en medio de esa maraña enloquecida de autos y camiones que van y vienen, salen y entran. A punto ya de marearnos en esa calesita infernal salimos de los L.A., contando las moneditas sueltas que nos quedaban en los bolsillos para reventarlas en la indecente Las Vegas. Nos vemos allá.
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