viernes, 28 de diciembre de 2007

Otra Navidad que llega


Otra Navidad que llega. Sin prisas, como hace unos años, cuando aquel primer copo de nieve caía ante nuestras narices congeladas en Gotemburgo. Lento, lento pero irremediable, hipnotizado por la gravedad terrestre. Aquella Navidad fue blanca. Una mesa era suficiente para cuatro. Los vecinos eran tranquilos, prácticamente no hacían ruido. Eso sí, los “Papás Noel” sufrían hernias de disco por cargar con tamañas alforjas. Sin demasiado esfuerzo, recuerdo otras navidades no tan blancas. Las Navidades de short y mangas cortas, de nieve de espumaplast, de turrones y pan dulce, de muchas calorías. De padres transpirando a la lumbre, buscándonos el mejor trozo de cordero o lechón. De madres sacando sin pausa pizzas del horno. De hermanos borrachos de coca cola, rompiendo los nervios con las bombas brasileras. De abuelas derrochando energía, de aquí para allá. De amigos que no esperaban las doce campanadas para salir de juerga. De las mesas tren, una pegada a la otra. Navidades de mucha gente, de discusiones, de mucha bulla. De comerse los dedos esperando al Papá Noel pobretón, que arrancaba sonrisas de alegría por más humilde que fuera el regalo. De no despreciar nunca aquellos calzoncillos.
Otro año que se va, otro que llega y otro más allá, no tanto, que espera. Lento, lento, pero irremediable, de paso firme y seguro. Parece que los años fueran cayendo como manzanas maduras de un árbol gigante. Cada manzana, cada año que cae, por la gravedad del tiempo, se transforma en canas, en arrugas, en más barriga, en pelos que se hacen invisibles, en sobrinos, en nietos. A todos, entonces, este año 2008, nos traerá otra cana, otra arruga, incluso otro nieto, otro sobrino, lamento informarles, es irremediable.
Nos quedarán las orejas rojas del teléfono, hay lugares que no podemos dejar de visitar, así nomás sin visa ni pasaporte, países enteros que recorremos rápidamente, ligeros de equipaje. Yo no me pierdo por nada en el mundo el asado del viejo y la pizza de la vieja. Es que ya casi puedo sentir el olor a carne asada que se escabulle del patio, casi puedo ver a hermanos borrachos, pero ya no de coca cola, a la gente llegando y elevando el volumen de la noche. Pasamos, sin dudarlo, por cada una de las casas de nuestros amigos y familiares, por Flores, por Montevideo, por Ames…
Ahora, contentos pero cansados del extenuante viaje, volvemos a nuestra acogedora cabaña sueca por fuera, uruguaya de corazón. Típica cabaña en el medio de la nada, podría decir un pobre solitario, en el medio de lo mucho, digo yo, un tipo muy bien acompañado.
¿Ya estamos todos acomodados alrededor de la mesa?
Entonces, sin más preámbulo, los invito a cargar las copas de burbujas y después levantarlas un par de centímetros por encima del hombro.
Ahora cerramos los ojos y ocupamos nuestra mente con un pensamiento positivo.
Por último abrimos los ojos, está descontado que sonreímos con el que está enfrente.
Recién ahora intervendría yo diciendo: Les deseo una muy feliz Navidad, un 2008 lleno de sueños cumplidos y que las arrugas se les noten lo menos posible.
Y finalmente, por fin el final último, hacemos repicar el cristal de las copas. ¡Salud! Y fondo blanco.

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