Caminar por las calles de la ciudad de Ames me recuerda a las películas yanquis que veía y veo en el cine o en la tele. Las calles arboladas, llenas de sombra, con casas lindas, fundamentalmente de una planta y media y techos a dos aguas, con amplios fondos y frentes verdes y floridos, arreglados y perfectos. El olor a césped cortado sobrevuela constantemente por las pavimentadas calles lisas y sin arrugas que serpentean poco o nada, uniendo toda la ciudad, en una perfecta cuadrícula, como un reluciente tablero de ajedrez. Los jardines delanteros son atravesados por unos caminos angostos de cemento gris que sirven para que los pocos peatones que se ven puedan desplazarse. Por nuestra breve experiencia, los pobladores de Ames son muy simpáticos y cordiales y no dejan de saludar cuando nos ven por la calle, y según dicen también, se caracterizan por ser muy hospitalarios y generosos. Por esta característica, en vez de ciudad chica, se la podría definir como un pueblo grande.
Cabe destacar que en muchos casas, generalmente clavados en el césped, se ven carteles rojos con letras blancas en los que se puede leer: “Support the troops. END THE WAR” (Apoya nuestras tropas. Fin de la Guerra) No todos están a favor de una guerra sin sentido, a pesar de que creamos que por tener la bandera de los Estados Unidos, ya sea en los mástiles blancos y largos puestos en mitad del jardín o colgando en los aleros de las casas en unos mástiles más chicos, sean todos unos patrioteros inconscientes de lo que pasa en el mundo y orgullosos de su política exterior. Los hay pero por suerte no todos piensan así.
Los garajes, que a veces ocupan la misma superficie que la casa, son inmensos depósitos de herramientas y objetos acumulados durante años que pasan a ser obsoletos por el rápido avance de la tecnología y lo fácil que es acceder a ellos. Los famosos garage sales, improvisados remates sabatinos a la puerta misma del garaje, sirven para liberar espacio y ganarse unos pesos, aunque esto último puede resultar más un hecho anecdótico y divertido que estrictamente comercial, ya que los precios de las cosas usadas son a veces irrisorios. No caben dudas de que esta actividad de fin de semana es uno de las marcas registradas de este país, junto con la M de las hamburguesas, el gaucho de Marlboro y millones de cosas más.
Y me olvidaba, el aro de básquetbol a la entrada, en la puerta del garaje o en la vereda, y el ómnibus amarillo de escolares, y el niño en bicicleta con gorro rojo echado para atrás repartiendo los diarios, lanzándolos como un boomerang australiano hasta la puerta donde minutos después el señor o la señora ataviado con una bata blanca sale a recogerlo y saluda con la mano al vecino sonriente que se va de su casa en una 4 X 4 oscura, tan ancha que casi no cabe en la calle, bajo un cielo celeste y lleno de sol. Ah, como en una película, sí.
Cabe destacar que en muchos casas, generalmente clavados en el césped, se ven carteles rojos con letras blancas en los que se puede leer: “Support the troops. END THE WAR” (Apoya nuestras tropas. Fin de la Guerra) No todos están a favor de una guerra sin sentido, a pesar de que creamos que por tener la bandera de los Estados Unidos, ya sea en los mástiles blancos y largos puestos en mitad del jardín o colgando en los aleros de las casas en unos mástiles más chicos, sean todos unos patrioteros inconscientes de lo que pasa en el mundo y orgullosos de su política exterior. Los hay pero por suerte no todos piensan así.
Los garajes, que a veces ocupan la misma superficie que la casa, son inmensos depósitos de herramientas y objetos acumulados durante años que pasan a ser obsoletos por el rápido avance de la tecnología y lo fácil que es acceder a ellos. Los famosos garage sales, improvisados remates sabatinos a la puerta misma del garaje, sirven para liberar espacio y ganarse unos pesos, aunque esto último puede resultar más un hecho anecdótico y divertido que estrictamente comercial, ya que los precios de las cosas usadas son a veces irrisorios. No caben dudas de que esta actividad de fin de semana es uno de las marcas registradas de este país, junto con la M de las hamburguesas, el gaucho de Marlboro y millones de cosas más.
Y me olvidaba, el aro de básquetbol a la entrada, en la puerta del garaje o en la vereda, y el ómnibus amarillo de escolares, y el niño en bicicleta con gorro rojo echado para atrás repartiendo los diarios, lanzándolos como un boomerang australiano hasta la puerta donde minutos después el señor o la señora ataviado con una bata blanca sale a recogerlo y saluda con la mano al vecino sonriente que se va de su casa en una 4 X 4 oscura, tan ancha que casi no cabe en la calle, bajo un cielo celeste y lleno de sol. Ah, como en una película, sí.
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