sábado, 15 de septiembre de 2007

Malditas cuatro ruedas benditas (1)

EEUU es un país que se mueve, como ya dije, en cuatro ruedas. El auto es sagrado y la nafta, la sangre que circula por las venas de Irak, es un elemento de primera necesidad, barato y en cada esquina. No muy lejos, acá enfrente, el servicio que brinda el banco US Bank alimenta la comodidad adictiva e insana de los estadounidenses. Sin bajarse del auto uno puede ser atendido por un funcionario a través de una ventana a la altura de la ventanilla del conductor. Todo desde el auto. Si queremos sacar plata del cajero automático, tomamos otro camino y allí lo tenemos, es solo bajar el vidrio, sacar la mano pelada y volverla a meter llena de billetes verdes. Pero aún no había visto ni vivido lo mejor.
Casi al final de la ciudad, entre la vía del tren y un taller mecánico, un cartel apenas perceptible anuncia que estamos llegando al banco, mejor dicho, al “Mc-drive” del banco. Es como llegar a una discretísima estación de servicio, en la cual tomas posición en uno de los cuatro lugares que hay dispuestos. No hay nada, salvo los pilares blancos que sostienen el techo y una especie de caja de lata que queda justamente a la altura de la ventanilla del conductor. En ella hay un recipiente cilíndrico de plástico transparente con tapa rosca amarilla, muy manoseada, en la que se hacen las transacciones bancarias. En este caso voy a decir haremos porque los invito a hacer la transacción conmigo paso a paso. Primero entonces llegamos, no es necesario apagar el motor, y comenzamos con lo nuestro. Advierto que el trámite se hará con el más allá, con los topos de debajo de la tierra, con los Reyes Magos o con quien se les ocurra. Entonces, en nuestro caso metemos en el recipiente transparente un cheque para depositar. Acto seguido, posicionamos el recipiente cilíndrico nuevamente y apretamos el botón, el único que hay. Como por arte de magia o de un súper succionador atómico que tienen en el más allá o más allá, en nuestras narices, nadie sabe, el recipiente desaparece de la faz de la Tierra. ¿Adónde fue? Nunca lo sabremos, pero seguramente, adonde estaba la señora sonriente que nos pregunta a través del intercomunicador que queremos hacer con el cheque. Captado el mensaje, la señora omnipresente, y ahora si me permiten esta licencia cargada de surrealismo, desempolva el cheque, arrima la vela y lo mira con asco, pobre señora pienso yo, confinada sabe Dios en que parte del sistema solar, atada de pies y manos con unas gruesas cadenas, esclava de otros esclavos en cuatro ruedas. Cansada de esta vida que le ha tocado en desgracia, sella el recibo displicentemente y, antes de aspirar una bocanada de oxígeno fresco con la mascarilla, devuelve el recipiente cilíndrico dándole un fuerte puñetazo que hace temblar las paredes de la cueva húmeda en la que vive. Segundos después el recipiente con el recibo llega caliente a nuestras manos, con una abolladura en la parte trasera, y con pequeños restos de rocas volcánicas oliendo a azufre.
Y final de la experiencia. Si les intriga saber que va a pasar con el futuro de la señora, sin ser adivino les puedo asegurar que a ella le espera seguir encadenada, recibiendo, sellando y mandando papelitos en algún lugar que jamás sabremos hasta que el oxígeno se le termine. Mientras tanto si nuestro futuro es el que les preocupa, nada, seguimos por el mismo camino, rodando, encadenados a las cuatro ruedas de por vida hasta que el petróleo de los jeques se seque.



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