Ha llegado a mis oídos, un comentario sobre las cosas que escribo y principalmente en el estado en que las escribo. Un lector esporádico del Katalejo me dice que muchas veces cuando lee mis anotaciones de viaje queda perplejo ante los innumerables descarrilamientos que sufren mis ideas a lo largo de las líneas de este blog. Agrega que cuando llega a esas oraciones surrealistas, fuera del alcance de la imaginación, echa la vista a la derecha y mira detenidamente la foto difuminada en blanco y negro, en la que estoy yo mirando por un catalejo de papel de diario, para llegar a la conclusión, inexacta agrego yo, de que los deslices se deben a lo que fumo, porque, dice él erróneamente insisto, la foto deja claro que estoy envuelto en una nube de humo con un porro gigante de marihuana en la boca.
Estimado lector ocasional, lamentablemente no necesito sustancias estimulantes en el cuerpo, más que un café cargado, para apedrear con saña el diccionario y para exprimir los lugares incorrectos de mi cerebro, de los que se desprenden esos jugos agridulces de los disparates que son en definitiva los encargados de mover así y asá los dedos desbocados de mis manos. Una locura, lo reconozco, pero muy sana, sin aditivos ni añadidos.
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