Voy a hablar del clima. Otra vez, sí ya lo sé, pero es que es tan inestable y cambiante que necesita ser comentado por lo menos en un par de líneas. No deben olvidar que vengo reiterando desde nuestra llegada a tierras vikingas, hace un mes exacto, que los días nublados y de lluvia son casi una constante.
Hoy venía en el diario una noticia con muy poco de nuevo, porque versaba sobre el verano que padecemos en Suecia, con un día de sol y uno de lluvia. Chocolate por la noticia.
Si hubiera escrito ayer, hubiese puesto: Estimados lectores, llegó el verano a Gotemburgo, por fin, bañador y a la playa… Pero no va a ser así porque escribo un día después y no es precisamente uno soleado y con cielo azul como el de ayer, todo lo contrario, lluvias torrenciales y mucha humedad, tanta que la piel y la ropa logran fusionarse en una sola cubierta gelatinosa y tibia, un asco realmente.
Dirán que es mentira pero hoy cuando me saqué la remera tuve que hacer tanta fuerza para que se despegara que me depilé el pecho. La situación fue embarazosa porque los compañeros de trabajo que estaban en el vestuario me miraron extrañados al escuchar aquel alarido atragantado que se me coló entre los dientes.
Mientras en Sevilla, las temperaturas incendiarias continúan, con temperaturas oscilantes entre los 30 y 35 grados a la sombra y por la noche. Me derrito simplemente pensando que es lo que tendríamos que estar soportando si allí estuviésemos.
Hoy venía en el diario una noticia con muy poco de nuevo, porque versaba sobre el verano que padecemos en Suecia, con un día de sol y uno de lluvia. Chocolate por la noticia.
Si hubiera escrito ayer, hubiese puesto: Estimados lectores, llegó el verano a Gotemburgo, por fin, bañador y a la playa… Pero no va a ser así porque escribo un día después y no es precisamente uno soleado y con cielo azul como el de ayer, todo lo contrario, lluvias torrenciales y mucha humedad, tanta que la piel y la ropa logran fusionarse en una sola cubierta gelatinosa y tibia, un asco realmente.
Dirán que es mentira pero hoy cuando me saqué la remera tuve que hacer tanta fuerza para que se despegara que me depilé el pecho. La situación fue embarazosa porque los compañeros de trabajo que estaban en el vestuario me miraron extrañados al escuchar aquel alarido atragantado que se me coló entre los dientes.
Mientras en Sevilla, las temperaturas incendiarias continúan, con temperaturas oscilantes entre los 30 y 35 grados a la sombra y por la noche. Me derrito simplemente pensando que es lo que tendríamos que estar soportando si allí estuviésemos.
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